El movimiento es la base de nuestra vida, inherente a la naturaleza humana.
Desde que nacemos el movimiento se apodera de nosotros. Si se lo permitimos, el bebé se estirará, y poco a poco descubrirá la nueva atmósfera que le rodea, moviendo los brazos y las piernas, girando la cabecita… y esto lo hará gracias en parte a los reflejos primitivos; que actuarán para ayudarle a sobrevivir, a desenvolverse en el nuevo medio que le rodea y a aprender cosas nuevas estimulando sus sentidos.
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Unos meses después, al moverse intencionalmente el niño explora, va descubriendo e interactúa cada vez más con el entorno que le rodea. La intencionalidad del movimiento responde a la curiosidad de investigar, descubrir que es lo que está más allá de su alcance, responder a preguntas, y conocer también como responde su cuerpo y su musculatura al entorno y a los diferentes movimientos.
Piaget describió la necesidad de jugar (1969) como la actividad del niño para conocer el mundo que le rodea. El juego requiere interés, entusiasmo, concentración, atención, dedicación, absorción en lo que está haciendo. Estas son maneras de estar en el mundo, de sentirse vivo a través de los movimientos necesarios para actuar, relacionándose. Winnicott (1990), Piaget (1969), Vygotsky (2009), entre otros, señalaron estos aspectos fundamentales para el crecimiento.
En psicomotricidad consideramos que toda percepción sensorial va asociada a la motricidad, por ello, el movimiento sensoriomotor es la base sobre la que se consolida el conocimiento que tenemos del mundo, y el desarrollo de las diferentes habilidades manuales, cognitivas y deportivas.
“La falta de actividad destruye la buena condición de cualquier ser humano, mientras que el movimiento y el ejercicio físico metódico la preservan”. Platón (427 A.C – 347 A.C. Filósofo griego)
Cuando nos hacemos mayores, el movimiento sigue jugando un papel fundamental, la actividad física actúa como factor de protección cerebral, además cada movimiento o actividad nueva que practicamos supone una nueva conexión que se genera en nuestra mente, una nueva carretera que nos ayudará a mejorar nuestras funciones cerebrales y capacidades cognitivas.
Aprender a bailar, a jugar al pádel o a esquiar cuando somos mayores, puede ser una gran idea, que nos ayudará a mejorar mucho nuestras capacidades.
Cuando aprendemos a jugar a un deporte nuevo, podemos llegar a estimular zonas del cerebro diferentes a las que usamos habitualmente. Cuanto más esfuerzo hagamos para aprender a realizar esta nueva actividad, produciremos una mayor estimulación neurológica. Un buen ejemplo sería aprender a esquiar, se trata nada menos, de aprender una nueva forma de desplazarse, que aunque al principio puede costarnos un gran esfuerzo, nos producirá una gran satisfacción, y además generaremos una amplia red de conexiones nuevas, que nos ayudarán en otros muchos aspectos de nuestra vida.
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